
Está claro, después de algunos debates blogeros, afirmo que muchos clientes,cuando suben al taxi, ven desde atrás, incluso de perfil, una oreja gigante conduciendo. Estoy convencido, que al igual que cambiar erres por eles en un restaurante chino o llevarse el atrezzo de un hotel, la gente cree que monologuearle al taxista está incluido en el precio. En definitiva es por esto, por lo que los psicoanalistas neoyorquinos, cobran lo bastante como para permitirse esos divanes con vistas al puente de Brooklyn.
Es el gremio perfecto, pues otros, confundidos también con pabellones auditivos, como los camareros, siempre pueden eludir la brasa, recogiendo unos vasos. En una barra, por fuera, siempre puedes pedir la cuenta a toda prisa y huir, dejando con la palabra en la boca, al sosca de turno. Es en un taxi, donde la imposibilidad de emprender una huida, hace del taxista una presa fácil y segura.
Peor aún son esos compañeros que usan al cliente para psicoanalizarse, además cobrando por ello, creo que para estos debería existir un canal privado en la emisora donde poder desahogarse, o sino, una buena terapia puede ser escribir un blog, en el que afortunadamente, se somete a tus peroratas, solo quien quiere.
Van Gogh se cortó la oreja para que no le dieran el sermón, esta, que no tenía mucha utilidad una vez seccionada, aprovechando el dinero de la indemnización, se hizo taxista.